EVALUACIÓN

La evaluación es una herramienta para los profesores y la administración. Para hacer un seguimiento de los procesos de aprendizaje de los alumnos y actuar en consecuencia con el objetivo de mejorar las actuaciones pedagógicas y las decisiones didácticas que se toman respecto a ellos.

Los niños, para aprender y para crecer y, mucho menos, para ser felices, no necesitan de la evaluación como los adultos la planteamos. Ellos no entienden de asignaturas, de competencias, de máximos ni mínimos  ni de actas finales.

A las niñas y a los niños, como a las semillas, hay que cuidarlos, acompañarlos y dejarlos en paz, en su paz. No es bueno estar todos los días escarbando en la tierra para ver si las raíces están saliendo o abrir los capullos para ver si los pistilos se han formado; con ello sólo conseguimos entorpecer su crecimiento e incluso abortar toda posibilidad de desarrollo.

A las niñas y a los niños, como a las semillas, es suficiente proporcionarles un espacio y unas condiciones ambientales favorables, ofrecerles recursos y situaciones adecuadas, cuanto más ricas mejor, dejarles tiempo y confiar en ellos, protegerlos y atenderlos amorosamente. Ellos saben cómo crecer, desean conocer e investigar, quieren aprender, necesitan relacionarse. Es lo natural y ningún niño haría el camino contrario si no les presionáramos, si no los comparáramos y si no los calificáramos.

No tiene ningún sentido empujar al río, no tiene ningún beneficio adelantar acontecimientos ni contenidos, no sirve para nada bueno explicar una y otra vez conceptos de la vida adulta que a los niños les resultan ajenos, no ayuda a aprender más ni mejor pre-establecer mínimos y tiempos determinados.

No tiene ningún sentido empujar al río, no tiene ningún beneficio adelantar acontecimientos ni contenidos, no sirve para nada bueno explicar una y otra vez conceptos de la vida adulta que a los niños les resultan ajenos, no ayuda a aprender más ni mejor pre-establecer mínimos y tiempos determinados.

Creemos es imposible llegar al mundo infinito de las ideas de los niños mediante unas preguntas, unos ejercicios, unas actividades puntuales.

Como mucho, podemos valorar cómo va haciendo cada uno su proceso, cómo se desarrolla, cómo se siente en la escuela, cómo se relaciona, cómo se expresa, cómo está y cómo vive las horas escolares; pero esta valoración debería ser  a través de la observación continua, minuciosa, respetuosa y no invasiva de todos los maestros; y recogiendo y compartiendo registros (vídeos, audios, anotaciones, etc.), interesándonos por el entorno familiar de los niños, charlando con ellos y sus familiares… en definitiva, escuchándolos y conociéndolos lo más posible.

Estas observaciones, siempre subjetivas (por eso cuantos más observadores mejor), además no se deben utilizar para juzgar, clasificar, etiquetar… a los niños, sino para reflexionar nosotros, los maestros, sobre nuestro quehacer, sobre nuestra práctica docente, sobre nuestros aciertos y nuestros fallos, sobre lo que deberíamos trabajar y mejorar nosotros para llegar cada vez más a cada uno de los niños y niñas de la escuela, para acercarnos cada vez un poco más al mundo de los niños y poderles ayudar con mejores estrategias y herramientas, atinando mejor a la hora de proponer, retar, animar, exigir, cuestionar… a nuestros alumnos. 

Como dice Tonucci:

“evaluar es medir hasta qué punto se han acercado los alumnos al modelo del maestro (o del programa, o del sistema… podríamos añadir). En la evaluación escolar el niño es evaluado respecto del cinco, por lo que la nota se mide en función de un niño estándar irreal y preconstituido: el niño que vale cinco. Se trata de un niño que cada maestro tiene in mente de modo perfecto. La evaluación es muy coherente con el método y tan absurda como éste”.

Vemos que cada vez más niños se quedan atascados, cada vez más pronto no cumplen las expectativas, los mínimos… Cada vez hay más alumnos con “necesidades especiales”, cada vez más medidas de refuerzo, cada vez más presión y sufrimiento… Cada vez los resultados de las evaluaciones son peores…

Y nos preguntamos:  ¿qué se mejora con hacer más pruebas? ¿la vida en las escuelas es más propicia a aprender y a querer aprender con tanta evaluación? ¿son los niños y los maestros más felices en la escuela?

Sin embargo creemos que en la escuela necesitamos algún tipo de ayuda científica, seria, para poder conocer, entender y valorar las destrezas intelectuales de las niñas y niños, no tanto las destrezas académicas, que son las únicas que se prestan a ser medidas a través de exámenes y pruebas “objetivas”.

“Las destrezas intelectuales tienen que ver con la forma de razonar, hipotetizar, explorar y comprender de una persona y, en general, con su manera de darle sentido al mundo. Cada niño o niña es, por naturaleza, un ser intelectual: una persona curiosa, que trata de darle sentido a las cosas, que trata constantemente de entender su entorno físico y social. Cada niña o niño nace con estas habilidades y las desarrolla con el tiempo, a su manera, observando, explorando, jugando y haciéndose preguntas. Los intentos de enseñar a los niños habilidades intelectuales fracasan inevitablemente, porque cada niña o niño ha de desarrollarse a su manera, por medio de sus propias actividades auto-guiadas. Pero los adultos pueden influir en este desarrollo a través de los entornos que les faciliten…” (Por qué introducir precozmente contenidos académicos retrasa el desarrollo intelectual.” Peter Gray. Universidad de Columbia, Universidad Rockefeller)

¿Cómo se evalúan estas destrezas intelectuales? ¿Quién es capaz de hacerlo y de atreverse a emitir un juicio? ¿Cómo se sabe lo que alguien sabe?

La OBSERVACIÓN-VALORACIÓN en la escuela

En nuestra escuela cumplimos con todos los requerimientos que la administración educativa exige a las escuelas públicas. Por ello, nuestros alumnos realizan todas las pruebas que se implementan a lo largo del curso y cumplimentamos todos los documentos y expedientes requeridos.

Además, analizamos todas las pruebas externas obligatorias, las realizamos nosotros, los maestros, y por eso sabemos que no nos sirven, es decir, que no podrían nunca reflejar la manera de aprender ni de enseñar de nuestra escuela. Sin embargo, las hacemos.

Pero nosotros, en nuestro día a día, no pasamos ninguna prueba típica de evaluación, no lo consideramos necesario. Poseemos múltiples evidencias para asegurar que todos los niños aprenden, se desarrollan y crecen, sin duda, cada uno a su ritmo, a su manera, lo más y mejor que pueden en cada momento. En la escuela, cada día, hacemos todo lo posible para que así sea, conscientes, sin embargo, de que no todo está en nuestras manos: los niños son y viven en sus familias, en sus entornos. Por suerte, y porque así tiene que ser, no somos responsables al cien por cien del desarrollo de nuestros alumnos.

No les ponemos controles ni exámenes, pero sí recogemos todas las observaciones y las hacemos objeto de estudio y reflexión sistemática en nuestras reuniones de evaluación. 

A partir de ahí, redactamos informes escritos para las familias y enviamos puntualmente las actas con las calificaciones, cumpliendo con lo que la ley nos obliga.

Tenemos en cuento dos principios fundamentales a la hora de redactar dichos informes:

Serán abiertos. Por un lado, reflejaremos la actitud general del alumno: cómo lo vemos en la escuela, como se relaciona con sus compañeros y maestras, cuál es el taller al que más acude etc. Por otro lado, daremos información sobre cada uno de los talleres: qué hace, si lo vemos contento, si le gusta trabajar solo o acompañado etc.

Serán positivos. Redactaremos sólo lo que observamos (no las interpretaciones o valoraciones que hagamos de dichas observaciones). Y no pondremos lo que no es capaz de hacer o le falta por hacer desde el punto de vista del adulto, es decir, no utilizaremos expresiones como: “no hace…”, “tiene dificultad para…”. Pues somos conscientes de que es nuestra labor ofrecerle las posibilidades, propuestas, caminos… para que pueda llegar a hacer, que es nuestra responsabilidad. Y que, además, aunque en un momento dado no haga algo, llegará a hacerlo. Como diría Alberto Manzi: «el niño hace lo que puede, porque lo que no puede no hace».