NIÑAS Y NIÑOS

 

Todo niño, si anteriormente no ha recibido un trato demasiado irrespetuoso o desatento, y en un ambiente preparado que le ofrece muchos atractivos y donde los adultos no ejercen ningún tipo de presión, posee una guía interior que orienta su conducta. Esta guía lo encamina hacia una actividad u otra, le posibilita seguir su propio ritmo y encontrar un nuevo equilibrio en cada una de las actividades que realiza. Si se le permite que siga esta guía, el niño, a pesar de su corta edad, consigue actuar como una persona segura de sí misma, alegre, dispuesta a ayudar y capaz de disfrutar en toda plenitud cada día de su vida. Porque la naturaleza dota al niño con nuevas e inesperadas posibilidades de desarrollo si nosotros le concedemos la libertad de que él decida por sí mismo el cómo, el cuánto y durante cuánto tiempo.

Pero antes de que el niño pueda someterse a la difícil tarea de tomar decisiones por sí mismo debe tener cubiertas todas aquellas primeras necesidades internas. Por eso, forma parte de nuestro trabajo de maestras corresponder en la medida de lo posible a los deseos del niño si notamos que estas necesidades no las tiene cubiertas.

Y veremos que todos los niños poco a poco se van separando y convirtiéndose en independientes, van reduciendo su agresividad, van haciéndose más seguros, van decidiendo.

De la libre elección de la propia actividad surge la entrega, la satisfacción personal, el desarrollo de su personalidad, la autodisciplina y la auténtica responsabilidad.

En estas condiciones, se respetan las reglas de la escuela, que son bastante explícitas y surgen de la necesidad de crear un espacio seguro para cada persona.

Esta autodisciplina que se va formando con cada uno de los actos autónomos hace del niño una persona que, más tarde, podrá asumir las concretas responsabilidades de su mundo, porque, ya hoy, se le permite que se responsabilice de sus propias acciones. (1)

Pero los niños no son adultos en miniatura.

Piaget acabó con la idea de que los niños ya vienen al mundo con estructuras mentales parecidas a las de los adultos. Él ha demostrado, por ejemplo, que la lógica, tal como la entienden los adultos, no se empieza a formar hasta los once o doce años y que este proceso va consolidándose hacia el decimocuarto o decimoquinto año de vida.

Piaget muestra que, cualitativamente, las estructuras estructurales y morales del niño son totalmente distintas de las de los adultos, pero, que, sin embargo, el niño se parece mucho al adulto en lo que respecta a sus funciones más importantes. Al igual que el adulto, el niños es un ser activo, y su actividad está subordinada a las leyes de los intereses y de las necesidades internas y externas.

Las diferencias entre el niño y el adulto, Piaget las ilustra con el conocido ejemplo del renacuajo y la rana. Ambos necesitan oxígeno, sin embargo, para absorberlo, el renacuajo no respira por el mismo órgano que la rana. De modo parecido, el niño actúa en gran parte como el adulto, pero con una mentalidad cuya estructura es distinta en cada etapa vital.

Piaget insiste en que el derecho a una educación ética e intelectual significa mucho más que tener el derecho a asimilar saberes, escucharlos y obedecerlos; se trata, más bien, del derecho a formar ciertos instrumentos que son muy valiosos para actuar y pensar inteligentemente. Él habla del derecho a un aprovechamiento lo más efectivo posible de las fuerzas que duermen en el individuo y con las cuales, más tarde, podrá servir a la sociedad. No obstante, a lo largo del proceso educativo estas fuerzas no solo pueden ser desarrolladas, sino también destruidas o permanecer desaprovechadas.

Según Piaget, la educación debería perseguir el pleno desarrollo de la personalidad humana. Debería, pues, crear individuos autónomos -tanto intelectual como moralmente- y capaces de respetar esta autonomía en los otros mediante la aplicación de la ley de reciprocidad, la misma ley que les aplican a ellos.

Así pues, si no queremos ignorar las investigaciones sobre los procesos mentales del niño y su evolución, deberíamos actuar en consecuencia y preocuparnos mucho más de la calidad del aprendizaje.

Sabemos muy bien que los conocimientos adquiridos mediante investigación personal y esfuerzo espontáneo no sólo se retienen mucho mejor, sino que, además, el procedimiento con el que se ha trabajado a lo largo de este aprendizaje puede ser útil toda la vida. Con un proceder de este tipo, la curiosidad natural se ve constantemente animada, mientras que los métodos adoptados pasivamente la paralizan o disuelven. Mediante su participación personal en el proceso de aprendizaje, el alumno favorece su capacidad de pensar y forma sus propias ideas, en lugar de ejercitar su memoria o amoldarse a ejercicios mentales impuestos desde fuera.

(1) Rebeca Wild

Las NIÑAS y los NIÑOS en la Escuela…

 

Las niñas y los niños que vienen a nuestra escuela son nuestros alumnos, pero son las hijas e hijos de unos padres que nos los confían.
Cada niño y cada niña, al igual que sus familias, son únicos, singulares, irrepetibles e incomparables.

Ellos son nuestra fuente de satisfacción, nuestro reto diario, nuestra responsabilidad durante las horas que viven en la escuela.
Para nosotros son los mejores, todos, cada uno a su manera, con su personalidad, sus gustos, sus intereses. Se merecen todo nuestro respeto, cariño y atención. Y tienen derecho al trato más impecable, a la educación más exquisita.

Ellos, como nosotros, saben que no tratamos a todos de la misma manera, porque todos son distintos; pero ellos, como nosotros, saben que todos son respetados por igual.

Niñas y niños de Abaltzisketa

Niñas y niños de Zizurkil

Abaltzisketa

Zizurkil